domingo, 18 de diciembre de 2011

Feeling.

-Somos un par de egocéntricos- le dijo.

Y él miró a aquella niñata con esa mezcla de superioridad y asco con que miraba siempre. Se dio cuenta de que tenía razón, pero no iba a reconocerlo.

-Lo dirás por ti.
-Lo digo porque todos estos idiotas han tardado cinco segundos en intentar entablar conversación con algún desconocido y tú eres el único, además de mí, que lleva más de media hora en la barra; copa tras copa…
-Tú has venido a hablarme también.
-Con alguien tenía que compartir este espectáculo…
-¿No pensaste que no eres simpática?
-Tú tampoco lo eres.
-No me conoces.
-Da igual, sé que te gusta el whisky y que este no es tu ambiente.
-Entonces, ¿por qué estoy aquí?
-Ah, ¿tú tampoco lo entiendes?
-Me caes mal.
-Mientes.

¿Qué tenía? ¿Quince años? Pensó preguntarle por sus padres, pero  estaba demasiado cansado como para tratar de incordiar a nadie… Total, ahora le entretenía y al menos no llevaba la falda por encima del culo, posiblemente fuera la única en el garito…

-¿Quieres acabar en mi cama? – pensó que eso la espantaría.
-Aún no lo he decidido.

Sonrió con seguridad, solía hacerlo. Pero estaba desconcertado y ella lo sabía, sonrió también.

-¿Y si lo decido yo por ti?
-Vaya, al final si eres del montón, lo siento me equivoqué contigo, buenas noches.

Error. ¿Del montón? Eso era un reto.

-Quédate.
-¿Debería?
-No, no pegas aquí. Pero vamos fuera.
-¿A tu casa?
-¿Quieres?
-No.
-Pues lo dejamos para más tarde. Solo una vuelta en coche.
-Has bebido.
-Tú también.
-No voy a conducir yo…
-Qué responsable.
-Aprecio mi vida.
-Yo el riesgo.
-Adiós.
-Vamos.

Él no comprendió por qué; esa chica le gustaba, era una niña quizá, pero segura, llevaba las riendas, y quería pasar esta noche con ella. No se negaba un capricho, conseguía lo que quería, y no iba a hacer una excepción. 

Ella no comprendió tampoco; era un desconocido, se había acercado a hablarle, le había atraído. Llevaba casi veinte minutos observándole y él no le había dirigido media mirada, en lugar de saludarle, le habló con desprecio, tenía ganas de insultarle. Ella no comprendió por qué a la vez quería caerle bien, no entendía ni siquiera un poco por qué no se negaba rotundamente a acabar en algún camastro en diossabedónde, no sabía si tenía ganas. Ella no comprendió por qué, pero se dejó convencer y besar por aquel desconocido; se subió a su coche antes de saber su nombre…

-Marie – fue su tardía presentación.
-¿Francesa?
-Canaria, de madre bohemia.
-Adorable – se burló.
-¿No tienes nombre?
-A veces preferiría no ser nadie.
-No he dicho que lo seas, pero te llamarán de alguna manera…

La miró y no pudo evitar sonreír.

-Creo que empiezo a  odiarte. ¿Cuándo cumples dieciséis?
-Hace cuatro años, exactos.
-Carlos. Feliz cumpleaños, Marie.

Paró el coche.

-¿Qué haces?
-Ya hemos llegado a casa, querrás subir.

Y subió sin contestar, y, es cierto, hicieron el amor un par de veces sin hablarse, y casi sin recordar si tenían nombre, si tenían cara, casi sin recordar que estaban celebrando juntos sus cumpleaños… casi.