lunes, 19 de noviembre de 2018

Abyssus abyssum invocat.

He vuelto a tirarme de cabeza a la piscina después de haber comprobado que estaba vacía sólo porque necesitaba el golpe, he vuelto a pisar cristales sólo para verme sangrar.

A veces creo que lo hago a (in)consciencia, que no sé vivir entera, ni quiero estarlo, que llevo tanto tiempo en ruinas que no me reconozco cuando las cosas van bien, que necesito el cuchillo, que me he acostumbrado a llevar las heridas abiertas y ya me gustan tanto que si las veo cerrar juego con los bordes hasta que ceden, a veces creo que necesito las balas para sentirme viva.

Si no duele no es real,
si no duele no pasó,
si no duele tampoco es para tanto.

A veces creo que sólo me reconozco tóxica, autodestructiva, que sólo soy yo si me recreo en la espiral de mis mierdas y la hago bucle y me quedo aquí. Sólo si vuelvo a tener mis manías desesperantes, si vuelve a asfixiarme la presión en el pecho, si vuelvo a estar jodida. 

Sólo sé vivir jodida.

A veces creo que me gustan las personas rotas porque tienen filo, que me acerco demasiado porque quiero que corten, que me gusta llevarme los golpes, que me he enganchado a hacerlas sanar, a verlas irse. Me he enganchado a verlas irse porque nadie se queda a vivir donde juntó los pedazos, nadie es feliz donde cosió las heridas, nadie baila la canción con la que volvió de la guerra.

Y eso soy yo. 

La canción del funeral de los destrozos, un arcoiris macabro que avisa de que acabó la tormenta pero no se queda, la que huye del sol porque le parece demasiada luz y siempre está a medio camino,

la que huye.

A veces creo que sólo sé seguir corriendo, que me da miedo lo estático, que me siento insegura en la calma, que me duele el silencio. 

A veces no tengo ni puta idea de a dónde voy
                                            pero ni paro, ni me quedo.