viernes, 11 de diciembre de 2015

Grandma.

Hubo un duelo a muerte en el que yo dije 'Hoy no'
y la vida me retó a un 'Tú ganas, por ahora'.

Un día en el que aprendí a tener miedo,
miedo del de verdad,
de apretar los puños, los dientes, las costillas contra el esternón:
de repetir que no sea hoy, (que no sea hoy, que no sea hoy)
como oración, como ruego, como canción de cuna que espera no dejar a nadie dormir,
cruzando los dedos, creyendo en las velas.

Hubieron lágrimas en silencio, gritos, ruido y un montón de sordos.
De verdad, tuve miedo.

A las despedidas y a no poder despedirme.

Mucho más que a los monstruos de debajo de la cama,
más que a llegar tarde a la última convocatoria de mi último examen,
más que si hubiera sido mi vida la que estaba dejando de latir, muchísimo más.

Miedo del que no te deja respirar pero te obliga a respirar muy rápido,
miedo paralizante y miedo adrenalina,
del que te deja sin nada que hacer
pero te obliga a pensar en todo, en más, en lo peor, rápido, rápido, aún más rápido,
del que no te deja parar de pensar ni pensar en nada.

No
sabéis
qué
putada.

Hubo un día que olía a último día,
te juro que creía que lo sería y a la vez era imposible creerlo.

Hubo un duelo a muerte,
a vientre abierto,
dos reanimaciones
ella dijo: hoy no.

Y ni la muerte supo llevarle la contraria.

Me debía una sonrisa
o quería cobrarse el último te quiero,
ella pactó un poco más de tiempo
y yo permanecer:

Nunca más
una
noche
sin ti.

Y las pasamos juntas.

Pero nada es para siempre,
ni siquiera lo que luchas con uñas y dientes por conservar
ni siquiera el clavo ardiendo que acabó por despellejarme las manos,
ni siquiera teniendo la certeza de que lo haría todo otra vez e incluso más fuerte,
incluso a sabiendas de que no se puede.

Hubo noventa y tres días de victoria,
tres meses de preámbulo,
de esos más o menos felices,
de vivir dando gracias y en una nube:

pero perdimos la guerra.

Y guardo no sé cuantas de tus flores,
las velas con las que celebraste cada batalla,
el olor a ti en una cajita porque me da miedo que se me escape.

Y tengo algunas de tus manías,
tus fotos sin apenas sonreír,
veintiún años de gracias entre tus ochenta y nueve,
algunas de tus recetas en la retina,
el reflejo autómata de verte en la cocina,

la punzada en el pecho al saber que no,
que no vas a darme la mano cuando tenga miedo,

que nunca volveré a sentirme segura sin tus abrazos.

(Réquiem for a dream, julio-octubre-diciembre)

martes, 1 de diciembre de 2015

Ojalá algún día.

Quiero que toda mi ropa deje de oler a ti,
perder la maldita manía de buscar tus ojos en otro,
olvidar que he vuelto a creer por ti y también era mentira.

Que deje de ser noviembre
que no sea septiembre nunca más,
ni abril, ni once de junio.

Quiero que se calle Andrés,
que no me guste Vetusta,
que ninguna canción vuelva a hablarme de ti.

Ojalá pudiera olvidar que te he conocido,
que hemos sido,
ojalá sintieras la patada en el culo que te mereces:

ojalá te doliera algo,
ojalá fueras alguien,
ojalá no me dieras tanto asco.

Ojalá no me odiara por haberte querido.
Ojalá esto fuera rencor
y no sintiera ganas de vomitar cada vez que te recuerdo en mi cama.

Ojalá no fuera más escéptica que nunca,
ojalá no me hubieras hecho reforzar las murallas,
ojalá no le fuera a costar tanto al bueno por culpa tuya.

Ojalá no quisiera gritarte
y a la vez no volver a verte.

Quiero que te vayas pidiendo perdón,
que reces al Dios en el que no crees
y hasta al karma para que no te la devuelva.

Que tengas miedo a que te pase,
a que sean contigo la mierda que llevas dentro.

Ojalá tengas miedo a creer
y te claven todos los cuchillos que me estoy sacando,

ojalá vivas pensando que será mentira
como yo después de ti.

Quiero que te vayas
y te dé vergüenza pensar en volver.

Que sientas cómo te pasa tu propio veneno
por cada puta arteria
y te ahogue.

Quiero que te mates tú.
Y que aún estés a tiempo de rectificar.

Ojalá algún día te mires por dentro
y deje de estar vacío.

domingo, 29 de noviembre de 2015

Cuando hablo de ti conmigo.

Me consuela pensar que en algún lugar del mundo es verano mientras yo cierro las persianas para que siempre sea de noche cuando me siento a oscuras.

Evito repetir en voz alta que soy capaz de ver diez o doce capítulos de Mentes Criminales seguidos. Que de algunos incluso me sé los diálogos. Supongo que más de un psicólogo que no me caería demasiado bien decretaría alguna psicopatía al instante.
Quizá tuviera razón.

Hay días que me doy al drama.
¿Si estoy demasiado triste como para que la palabra triste sea suficiente cómo se llama?
Creo que los parámetros subjetivos como 'triste', 'contenta', 'melancólica' o 'feliz' son absurdamente necesarios e insuficientes.

Yo he sido tan feliz como para que 'feliz' me pareciera una palabra infinitesimal.
Y hoy me siento tan jodida como para que 'triste' me parezca un estado placentero de difícil acceso.

¿Si no existe ninguna medida para el amor, si hay que 'amar sin medida', cómo cuantificas la hostia del fin de trayecto?
Todo el romanticismo poético al que me ha sometido mi carnet de la biblioteca me está obligando a aferrarme a las ruinas de lo que he sido, a los golpes que me han dado.

Descargo mi rabia conmigo y soy más optimista si no se lo cuento a nadie.
Quiero decir, ¿aspirar sólo a la paz es rendirse?
¿Has perdido si no quieres seguir en guerra?

Imagínate que salimos de esta crisálida masoquista y es verano aquí.
Para siempre.

Imagínate que tenemos que elegir el mejor entre nuestros momentos y, para mí, es cuando te vi marchar.
Y decidí quedarme quieta.

¿Se puede estar triste por querer ser feliz (sin ti)?
La culpabilidad es un arma de doble filo:
no estás vivo si no la sientes,
no puedes vivir si lo haces.

Quizá no esté tan triste si abro esta botella de vino.

Y luego otra.

Quizá ya sea verano aquí 
y sólo tengo que abrir las ventanas.

viernes, 13 de noviembre de 2015

El día que dejamos de querernos.

Sólo tengo dos manos y tengo que taparme a la vez dos ojos y dos oídos.
He dejado de ver con el derecho y de oír con el izquierdo pero no es suficiente.
Necesito apagar la televisión, la radio, el ordenador y quemar el periódico para seguir creyendo en la humanidad, necesito creernos incapaces de hacerlo tan mal, necesito pensar que no hemos sido nosotros o que alguien me preste sus manos, que alguien me aguante el pelo mientras vomito todo el asco que me estamos dando.

Aprendimos a convertirlo todo, desarrollamos tecnologías increíbles, nos empeñamos en conocer cada átomo que nos dio el Universo, sus leyes, en comprender el funcionamiento, en controlarlo, lo logramos y ¿qué hicimos? Armas. Bombas. Mierda.

Lo tenemos todo para salvarnos y-nos-es-ta-mos-ma-tan-do.

Necesito apagar la televisión, la radio, el ordenador y quemar el periódico para seguir creyendo en la humanidad.
Pero no puedo.

No puedo darle con la puerta en la narices a los que no tienen la culpa, no puedo ser de los que no dicen nada, creo que no decir nada es igual que decir sí y yo estoy gritando NO.

No somos el mundo en el que creo. No somos las personas que me representan, no somos personas.

Preferiría no saber que tenemos la capacidad de dirigir un misil o de dejarlo oxidar en un garaje y elegimos orientarlo a las coordenadas mortales exactas. Preferiría no saber que los seguimos construyendo. Pero lo sé. Preferiría que fuera mentira. Y estoy gritando NO.

No está muriendo gente, nos-es-ta-mos-ma-tan-do.

Necesito cerrar los ojos y taparme los oídos, necesito creer que somos una puta pesadilla, necesito que nadie acepte esta mierda que rechazo y todos gritemos NO. Que nadie se atreva a susurrar sí. Que no sea verdad que hemos dejado de querernos.

Necesito que gritemos NO tan fuerte que despertemos el cerebro de los que no lo están utilizando. Que les lata algo en el pecho y también griten no.

Necesito que este sea el día que volvimos a querernos y arreglemos todos los corazones, huesos y familias que hemos roto desde el día que dejamos de querernos.



jueves, 12 de noviembre de 2015

Entropía

Estoy aprendiendo a ver mi película favorita sin desear que vuelvas en cada fotograma.
Mi psiquiatra dice que todo el mundo sobrevive a una ruptura.
La próxima vez que me manche la camisa con helado me reiré muy alto y diré que soy feliz.
He vuelto a soñar contigo siendo nosotros y al despertarme casi había olvidado que eres idiota.
La ausencia de pesadillas significa que te estoy olvidando. Lo escribo para no olvidarlo.

Según mi planning emocional no me tocará echarte de menos hasta la próxima luna creciente.
Y pienso cortarme el pelo para enfadarte aunque no te enteres.

Creo que estoy conociendo a alguien. Pero en realidad aún no me conozco a mí misma.
Quizá la solución al vacío sea dejar de intentar llenarlo.
Andrés no me ayuda y te juro que no vuelvo a ir a un concierto de Funambulista.
Te estoy escribiendo cosas inconexas para que quede claro que quiero romper nuestros lazos.
Soga al cuello incluida.

He guardado tus cosas en una cajita con el nombre de otro porque yo también puedo serte infiel.
Te he dejado hacerme cosquillas mientras pensaba en qué cintura habrías tenido las manos antes.

Creo firmemente en que todos tus motivos para creer eran chantajes emocionales al más sucio estilo kamikaze.
Como si elegir no morir por ti hubiera sido una blasfemia:
-Si no sangras no me has querido, decías.

Esta vez no pienso pensar en si sigues leyendo lo que escribo para que no leas, porque esta vez de verdad lo escribo para que no leas.
Maquiavélico ha empezado a parecerme una canción cruel y ya no veo nada romántico en odiar nuestros sitios especiales.
Me parece que estoy más guapa sin ti y ya no necesito que nadie me lo diga.

Sonrío más conmigo.
Esto sólo es la excepción que confirma que he abandonado mi manía de hacer listas para todo.
Esto es todo.

lunes, 17 de agosto de 2015

Querido vigésimo año de la vida que aún me queda,

has durado lo mismo que la petaca de ron que celebró a chupitos que hubieras llegado, apenas nada. Parece que fue ayer, que aún me raspa la garganta de beber caliente y oigo las risas que brindaban por ti. Que ha sido un placer recibirte, conocerte, besarte, tenerte, quererte, odiarte, reconciliarnos, volver a odiarte, volver a quererte, hacer casi eterno el ciclo y ahora despedirme.
No sé si me creo del todo que ya te vayas.
Que llegaste con la reconciliación de mi vida y me pareció que era imposible que no fueses mucho mejor que todos los anteriores, que al final has acabado no siéndolo y en bronca, pero que aún así tengo muchas cosas que agradecerte.

Ya sabes, todos los que han llegado para quedarse, los que han pasado sin pena ni gloria, el beso aquel a todo llorar, el primero en el portal y aquel otro que casi me cuesta la vida en la autopista, la declaración de amor y guerra tiritando a las 22:04 de un día de marzo. Las ciento veintisiete películas durante las que me he dejado dormir (una de ellas en el cine). Las cuarenta y dos noches que me han tapado por dejarme dormir en el sofá. Todos los días que han esperado a que me maquillara cuando se suponía -y debería haber sido así- que ya estaba preparada (los 'pero que es tarde'). Todos los vídeos de niños de internet y en los que me mencionan mis amigas por las ganas de reírnos de nosotras más que de nadie. Las veces que me han cogido la mano sólo para besarla yendo de copiloto. Los 'una más y nos vamos' que son de mentira. Te debo cada vez que Inés me ha dicho lo pesadísima que soy como hermana y la sonrisa que le sigue siempre (menos mal que tengo la suerte de ser la hermana más pesada del mundo). Gracias por los abrazos tontos sin venir a cuento que arreglaron los días aún más idiotas. Por las ojeras hasta la barbilla cuando la biblioteca era casa. Por las resacas infinitas de después de noches apoteósicas, por las veces en las que salió el sol y yo aún no había vuelto a casa. Por las gracias y desgracias. Porque mira, que he sido feliz y que me has costado a veces un riñón y tres úlceras y ganas de mandarlo todo a la mierda pero también de comerme el mundo.

Gracias por H o por U, por S y por B, porque este haya sido otro año en el que no me saco el carnet ni me preocupe, porque se acabe y me queden ganas de recordarlo, porque me besó la muerte una vez y la segunda que quiso le mordí la mano y le dije que no, que más tarde, porque ganamos la batalla. Por seguir en la guerra. Por tener quien recoja los pedazos del naufragio, por las manos que frenan siempre la caída.

Gracias, porque puedo contarte aleatoriamente y sonrío hasta en lo malo, por lo que debería haber sido y no fue, por los errores, los tropiezos y por lo bueno, sobre todo por lo bueno -gracias por hacerme inmortal poniendo mi nombre en la portada de un libro-
Y muchísimas gracias, gracias de verdad, por irte de una vez.


PD: Te quiero, de verdad que te quiero.

martes, 9 de junio de 2015

Shuriken.



Ha venido a recordarme que nunca seré de otro
aunque tampoco vuelva a ser suya,
y le escucho fumando
con las piernas cruzadas y cara de póker
sentada en el bordillo de la cama.

-Entiendo- digo de vez en cuando.

Y me mantengo firme,
inescrutable, inexpresiva.

-Que tú nunca serás de nadie, que nos deberemos siempre todo -me grita.
-Te equivocas -le sonrío.

Y ahora sonríe él. Que sabe que quien se equivoca soy yo.
Que vuelo libre y absurda
porque también lo sé,
porque veo la cuerda que se me enreda en el cuello
y me ahorca cuando a él se le encoge el corazón.

Y cruzo las piernas más fuerte y aprieto los dientes.
Y miro a otro lado y le tiro el humo en la cara:
-No soy la misma.

Y él sonríe otra vez.
Y me mata ocho veces y saborea cada letra:
-Te quiero.

Y vuelan las manos,
ya no noto la presión en el pecho,
el corazón me grita que va a estallar
y la fuerza gravitacional del suyo
hace que mis piernas se enreden con su cintura.

-Menos mal que eres la misma -vuelve a atacar.

Pero ya no me duele, ahora no pienso en mañana,
sé que se irá y aún así lo olvido
y juego a callarme, a callarle,
a no decirnos nada y besarnos todo.

Cierro los ojos para evitar su mirada contándome que ha estado en otras camas,
en otras manos, en otras vidas, en otros ojos.

-Siempre vuelves -saco el cuchillo.
-No te vayas nunca -se defiende.

Y bailamos con las mentiras, y brindamos en silencio:
por las cosas que sabemos,
por las que nunca nos diremos,
por conocernos hasta las mentiras,
por querernos hasta las miserias,
por esta borrachera que nos ha vuelto a juntar,
por el sol que no nos verá despedirnos.

Porque no hay despedidas, porque así es el trato,
porque volver es un verbo boomerang y una estrella ninja.

Y me despierta la luz pero no abro los ojos, le busco en la cama.
Otra vez nada, sonrío:
-Ya sabes dónde encontrarme.
Me vuelvo a dormir.

jueves, 4 de junio de 2015

Charles was wrong.

Le tengo cariño y devoción a Bukowski. Tanto, que cuando mi perro se escapa grito su nombre por la calle, tanto que cualquier día monto una cervecera y os lo acabáis bebiendo. Pero se equivocó. No te conoció, no tenía ni idea.



Ni eres el número uno, ni hemos parado de contar en el segundo. Mira, vamos a plantearlo de esta manera, antes de ti todo eran números ordinales y ahora no me hace falta contar. No apareciste antes que nadie, no tienes las tijeras que cortaron la cinta inaugural de mi vida, pero qué más da. Si después de ti no habrá otro al que llamar definitivo, si eres el desenlace de todos mis nudos de garganta, si ahora tengo el estómago en un puño porque el corazón me late en tu pecho. No voy a borrar las listas que nunca escribí, ni mucho menos a arrancar las páginas de tropiezos que me han traído hasta aquí, hasta ti. Mira, vamos a contar la historia en la que a nadie le importa cómo de largas sean las colas, en la que los números sean sólo dibujos para adornar camisetas y anotaciones a pie de letra para los libros de química. Qué sabrán los matemáticos si creen que es mejor ser primero que último. Qué tendrán los relojes en contra de llegar tarde si es para quedarse. Qué van a decir los poetas que están hasta los carrillos de que los dejen, de dejar, de dejarse y quejarse, de ser víctima y verdugo con tal de rimar amor y adiós y otras tonterías que suenan bonitas pero vacías. Yo he aprendido que cuando las manos encajan sin querer no hay hueco que valga y todo suena a quererlo todo, a querer más.

No eres la primera vez que me sonrojo y otros me han visto llorar antes que tú, ya había abrazado como para no querer soltar, ya había querido como para romperme el corazón, te juro que no vas a ser el primero que me saque a bailar, que ya he mordido a otros. Pero a quién le importa si cuando nos chocan las costillas me parece que todo ha sido para esto, para encontrar mi sitio con el hueso de tu clavícula rozándome las pestañas.

A quién le importa lo que hubo antes, si vas a ser lo que habrá siempre.

jueves, 28 de mayo de 2015

Cinematográficamente imperfectos.

Existe un punto exacto, metido en medio de la nada más absoluta, en el que los besos dejan de ser un juego, así sin más y empiezan a convertirse en besos. Pero de verdad. Hay un momento en el que besar empieza a ser morder el alma, subirse el vestido con los pantalones abrochados, sonreírle a la nada antes, después y durante el beso.

Como en El día de la boda, cuando Nick le dice a Kat que prefiere discutir con ella antes que hacer el amor con otra. Como cuando Harry encuentra a Sally por enésima vez y para siempre. Como cuando Julien y Sophie entienden que nadie más es capaz de hacer lo que les hace el otro. Como tú y yo después de la última mentira.

Siempre es un beso que lo cambia todo aunque sea absolutamente igual a los anteriores.
El beso promesa,
el beso latido.

Yo recuerdo no creer en esas cursiladas, renegar estrepitosamente de los gestos, del Big Bang, mi lógica matemática, exacta, científica y absurda me decía que las grandes cosas debían construirse poco a poco, desde abajo, sentando las bases y a fuerza de arquitectura.

Pero llegaste tú.

Llegaste tú, gato de azoteas, de balcones, de buhardillas, de ventanas con vistas al infinito y dejaron de importarme las puertas, las calles, las entradas, las salidas, los sótanos, las leyes de la física y toda termodinámica que no implique arder contigo.

Tú con tu beso promesa,
tu beso latido.

Aquella vez a las tantas o más, después de cinco cervezas o más, veintisiete besos o más, aquella vez que tampoco pasó nada pero pasó todo, sólo silencio, sólo tus manos en mi cara, sólo esa mirada como de estar viendo un milagro, sólo tu boca en mis comisuras:

el beso promesa,
el beso latido.

Y fue el punto exacto, la inflexión entre el infierno que nos estábamos haciendo y el cielo al que nos mudamos, puse el corazón sobre la mesa, las balas en tu bolsillo, la pistola en tus manos y la certeza de que no ibas a usarla se convirtió en sonrisa perenne. Desaparecieron los miedos, las dudas, las ganas de salir corriendo, no hubo nada -nadie- más, ni quise nada -ni nadie- más.

Tú no eres Nick, ni Harry, ni Julien,
eres el mejor desastre que me ha besado en la vida
yo no soy Kat, ni Sally, ni Sophie,
y antes de ti, ni siquiera sabía latir.

sábado, 23 de mayo de 2015

Valar Morghulis

Estoy cansada de decir que te has ido,
de no creerme que te has ido
de escribir que te has ido y leerlo en voz alta,

cansada de que me miren con curiosidad
de que me feliciten,
de que me digan que duelo bonito
cuando nunca he tenido la más mínima intención de doler

estoy harta de gritar que estoy jodida
y de que lo llamen poesía,
de decir que no vuelvo a escribirte
y de escribirte que no vuelvas

estoy cansada de quererte,
de dejarte de querer
de no quererte,
de volverte a querer,
no aguanto más el ciclo
ni el ridículo círculo de lectura que he implantado en torno a ti.

No te lo mereces.
Ni yo merezco este vaivén emocional
latidos - taquicardia - parada - reanimación
a la mierda el corazón y sus secuaces.

Estoy cansada de no saber qué querer
pero quererlo contigo a todas luces
e incluso habiéndolas apagado,

del Bic, del portátil, de las servilletas, de los posavasos,
de estar harta de escribir y seguir escribiendo,
de no poder escribir y querer estar escribiendo,

de las copas de más, los rotos, los descosidos,
de acercarme al filo de la navaja y pasar el dedo a ver si corta,
de que corte.

Estoy cansada de pasarme la vida de boca en boca,
de bar en bar, de cama en cama,
de coma y coma y sin saber dónde poner los puntos,

estoy harta de ti, de mí,
de nosotros y de mi maldita fijación con tus ojos negros.

Me muerde agosto y me duele diciembre.

No voy a decir 'se acabó',
no pienso repetir que te has ido,
sólo espero que esta vez
nadie , absolutamente nadie,
se atreva a decirme que es bonito.

lunes, 27 de abril de 2015

Ré-volver.

Hace demasiados corazones rotos
que los besos son sólo bocas,
                                   tantos,
que me han bailado las dudas
con lo incierto de nosotros.

                             Tanto,
que he repetido 'volver'
cuando de sobra sé
que no me quedan últimas palabras.

Y me las muerdo en la boca
-aunque a veces a otro-
como para que no te des cuenta
pero te quede claro que tú
eres mi única verdad universal.

Qué cosa la ausencia,
qué cosas las calles.

Me ha parecido olerte
y ni siquiera llevaban tu perfume.

Me ha parecido escuchar tu voz
en un ruido del pasillo y
                    durante un momento
he tenido ganas de echarte de menos.

Se ha colado por la ventana una canción
y
      aquí estoy, escribiéndote.

He recordado por suerte
          -o por desgracia-
lo bonito de tu boca sonriéndome de cerca
y el miedo a que fuera la última vez
           en todos y cada uno de los besos.

Aún ahora,
no acabo de creerme que hayamos sido
          -tanto, tantos, tantas veces-
pero mucho
                             mucho menos
que hayamos dejado de ser.

sábado, 7 de febrero de 2015

Pasado, presente.

Creo en la gente que se conoce tarde y le para los pies al tiempo, 
en los que hacen el segundo perfecto del momento incorrecto, 
en los que luchan contra todo por nada si pueden compartir su vacío. 

Creo en la nada, 
en que es todo. 

Y sé que tenerlo todo es menos que nada cuando falta alguien.




Aprendí a echar de menos mucho antes que a besar, aprendí a llorar antes que a reír, a hacer las cosas al revés sin saber cuál era el derecho de la camisa, a pedir perdón antes que a decidir si me arrepentía. Luego alguien me enseñó a besar, a reír hasta las lágrimas, y de ellas, alguien me dijo que hacer las cosas al revés sólo era mi manera de gritarle al mundo que se equivocaba, que mejor pedir perdón que quedarme con las ganas, desaprendí a arrepentirme.

Entonces empecé a vivir.

A creer.

Creí en mis imposibles y los hice realidad, creí en mí, en ti, en nosotros increíbles juntos y después mejor separados. Entendí que equivocarme, caerme, rectificar, pisarte los pies, dejarte ir, correr tras de ti y dar el portazo final me hizo quien soy. Que nunca querré haber sido sin ti aunque ya no sea contigo. Soy lo que hemos sido. Quiero a lo que hemos vivido, te he querido, te querré siempre aunque ya no te quiera. Es mejor ir contra todo que dejarse llevar por la corriente.

Mira, estas son mis heridas: las quiero.

Claro que sería mejor no aprender a golpes, respeto la burbuja emocional: pero la estallo.

Hemos ido juntos a contrarreloj, a contra viento, hemos nadado a contra ola, hemos bailado en silencio, hemos reído haciendo ruido, hemos gritado te quieros sin miedo a despertar a los vecinos. Y ya no somos, ya no seremos, pero hemos sido:

Gracias. Te quiero. Buena suerte. Adiós.

Gracias por enseñarme a creer, a aprender, por dejarme hacer perfecto lo incorrecto por ti, por hacerlo por mí, por querernos, por dejarnos, por nada, por todo, por siempre, por nunca, por lo que ya no va a ser, por lo que fue, por lo que será aunque no sea contigo, por quitarme el miedo, por romperme los muros, por ayudar a construirme sin ellos, por los recuerdos, por los descuidos que no quiero olvidar.

Adiós,
hasta nunca
hasta siempre.



domingo, 11 de enero de 2015

Un último baile.

Dijo que no sabía dejar,
que nunca olvidaba del todo
y empecé por él.
Supongo lleva tanto tiempo siendo mi palabra favorita
que veo pasar una certeza
y no sé si aferrarme a ella
o al miedo que me da equivocarme.

Dudar es tan sinónimo de desconfianza
que, aún cuando no sabía conjugarlo,
me olía a trampa
y dudé.

'Bailemos' es una preposición indecente, 
desde antes de la caída,
bajo los pisotones,
entre las ganas y el bucle,
hacia la cama,
sobre toda lógica,
tras el portazo,
para siempre
y aunque ahora sepamos rechazarla.

Nosotros es una mentira tan larga
que aún no he aprendido a terminarla
sin acordarme de ti
al menos en siete letras.

Volver es una pesadilla recurrente,
gritar despedidas un hobby macabro,
decir 'ya no vuelvo a dejarte' un eufemismo:
sólo porque esta vez es para siempre.



miércoles, 7 de enero de 2015

Nunca más tuya.

Hace nosécuántostantos que no escribes.

No he dejado de recitarte versos mentales en cada cruce,
no he dejado de repetir tu nombre cuando sonrío por la calle,
no he olvidado el último te quiero,
no dejo de oír el último portazo,
no me he tomado ni un descanso de saber que dueles
y no me he resignado.

Pero no escribo, es cierto,
ya no te escribo,
porque ya no sé qué decirte,
no tengo qué, ni quiero decirte nada.

Y tampoco me apetece callarme,
me pesa el muro alrededor,
me aprietan los pulmones de respirar sin ti
y no quiero.

No quiero quererte más.
Ni dejar de quererte.
Ni volver a quererte.
Ni tener que olvidarte otra vez.
Ni creer que es el mundo lo que está en contra.
Ni creer que la culpa la tienen las circunstancias.

Ni creerte.

Tengo que dejar de mirar a otro lado cuando algo me recuerde a ti.
Tengo que buscar la manera de que todo deje de recordarme a ti.
Me cansa mirar a la nada y que incluso allí me vuelque el corazón tu perfume.

Pero he dejado de buscarte.

Ya no sé si es otoño, verano o primavera.
A veces tiemblo y es por ti.
Me sobreabrigo como nunca
y siempre hay alguien que dice no sé qué del cambio climático.
Todo este frío sabe a invierno y no es estacionario.

Esta vez no me he lanzado tras de ti:
mírame, también hace nosécuántostantos que no salgo a correr.
Y a veces me corro con otro.
Y juro que nunca pienso en ti hasta que se va.
Que a veces se va y ni me acuerdo.

No he dejado de dejarte y es la primera vez que no quiero volver.
No quiero que vuelvas.

Tengo que escribirte un libro.
Cerrarlo de un golpe.
Enviártelo por correo y escribir 'Nunca más tuya' como despedida.
Voy a borrar tus notas de mi agenda.
Juro olvidar aquel poema que me escribiste a mordidas.
Dejar de buscarle la rima.
Y decirle al capitán que no volveré a llamarle así.

Prometo dejar de cruzar los dedos al pasar por tu casa:
ya no quiero que nos crucemos y sonrías.

Ya no tengo excusa.
Ya he apagado el puto clavo ardiendo.
Ya aprendí que lo idílico dura un tiempo,
ahora sé por qué las películas acaban en el beso.