martes, 7 de marzo de 2017

Apoptosis.

Siempre he creído que moriré de pena.
Pero no en sentido figurado, de verdad. Acabaré consumiéndome cualquiera de esos días que olvido comer, uno tras otro, se me pegará la piel a los huesos y nada llenará el vacío que hubo una vez entre ellos. Mi cuerpo va a comerse toda la carne que habita para sobrevivir hasta el último aliento cetónico y cuando ya no sea capaz de emanar sustancia salina, lloraré sangre, moriré llorando igual que me he pasado toda la vida haciéndolo.

Siempre he creído que moriré pequeña, infinitesimal, despreciable.
Me haré invisible a los ojos de la gente alrededor, a los del espejo, a los míos propios, que ya no serán grandes de la misma manera que ya no parecen tan grandes como una vez fueron, que ya no brillan sin los resquicios del llanto, enrojecidos. Mis entrañas van a retorcerse, a plegarse sobre sí mismas, a contraerse, a no ocupar espacio, a enredarse asfixiándome, a no dejarme respirar, a morirse matándome.

No sé por qué estoy triste, aunque me sobren las razones para no estarlo en la misma medida que me sobran las razones para serlo. Odio que me pregunten qué me pasa cuando no me pasa nada pero estoy sintiendo que todo se abalanza sobre mí con una fuerza abrumadora.

Es probable que muera joven porque no me imagino envejecer. Y aún así creo que cada día me acerco un poco más a una vida que no viviré, cada día construyo un futuro del que no me siento dueña y acaricio un vientre que no creo que jamás llegue a dar vida aún cuando me paraliza la idea de que nadie vaya a llamarme mamá. 

Me golpean un montón de ideas aterradoras y lloro, aún cuando no sé por cuál de ellas estoy llorando, aún cuando no sé por qué. Y a la vez me siento lejana, como si yo no fuera yo pero me estuviera viendo desde fuera, como si mi propio índice me señalara y me juzgara cruelmente como sólo yo podría juzgarme.

Creo que no soy del todo real porque nunca me he sentido aquí ni en ninguna parte.
No pertenezco a nada, ni me identifico con nada, ni creo que nadie me esté entendiendo cuando dicen que lo hacen; no creo a nadie que me diga que ha pasado por lo mismo, porque nadie ha vivido en mis huesos.

Nadie ha vivido en mis huesos.
Parece obvio y el simple hecho de decirlo en voz alta me suena cruel. Mis huesos, que siempre me han dicho que son demasiado frágiles pero nunca se han roto, que podrían haberse quebrado en mil pedazos entre tanto golpe y no me hubiera dolido más que todas las veces que he sentido que se rompían y se me clavaban, que me atravesaban como pequeños puñales, aunque en realidad no lo hicieran, no mis huesos.

Quizá yo tampoco haya vivido en mis huesos, porque me han dolido más otros cuerpos.
Porque todas las veces que sentí que me moría, sobreviví.
Porque todas las veces que quise dejar de sentir, incluso que me moría, sobreviví.

Siempre he creído que moriré joven y de pena, porque ya he sobrevivido demasiadas veces.
Porque ya no sé por qué sobrevivir cuando el dolor me atraviesa, 
porque a veces ni siquiera puedo ver de dónde viene la lanza.

Siempre he creído que moriré porque todos morimos, 
sólo que yo lo he visto más cerca, 
más veces.

1 comentario: